Al menos en las películas de esta saga basada en libros de C.S. Lewis, el primer episodio era un relato de origen y el segundo una novela bélica. Este tercer capítulo es una aventura marítima, mucho más cercana en tono y ritmo a Capitán de mar y tierra que a la atmósfera sobrenatural de los anteriores. El cuarteto de hermanos Pevensie se divide en dos. Los mayores se quedan en el mundo real esta vez y le toca a Lucy -la más pequeña- y a Edmund -el más débil- hacer frente a una nueva amenaza en el mundo paralelo de Narnia. Ambos se embarcan en el Viajero del Alba, un barco de guerra comandado por el príncipe Caspian, quien les pide ayuda para encontrar a siete nobles perdidos.
Junto a los muchachos esta vez llega Eustace, un primo gruñón cuyo aprendizaje del mundo mágico va a ser lo único parecido a una evolución dramática a lo largo del filme. Además, su amistad con un roedor espadachín es el lazo directo que el guión establece con el subgénero de tesoros y corsarios que ayudaran a fundar en el cine clásicos como El pirata Hidalgo.
Viendo la cinta como simple pieza de entretenimiento familiar, hay que decir que, luego de un comienzo lento y algo confuso, la peripecia cobra vida. El veterano director Apted, quien alguna vez filmó documentales como 28 Up (1985), pero que también ha dirigido superproducciones como El mundo no basta (1999), usa los efectos digitales con sobriedad y se concentra en el humor antes que en la pompa.
Hacia el final, la película pierde fuelle hasta desembocar en una secuencia seudomística con la que tengo grandes problemas. Como sabrán algunos, la serie de Narnia fue una ambiciosa obra literaria a través de la cual C.S. Lewis diseñó una ingeniosa metáfora de los caminos de perfección del cristianismo.
El problema es cuando el discurso -el panfleto- se abre paso a codazos entre la peripecia. "Tengo otro nombre en tu mundo. Deberás aprender a conocerme mejor allá", le dice el sabio león Aslan a Lucy y no es difícil adivinar de qué está hablando.
Al final, hay algo en este episodio de la saga que huele muy adulto y ambiguo para un simple relato de aventuras mágicas en el mar. Una idea de una metáfora algo gruesa y un poquito tramposa, donde se presenta la muerte como un fin deseable ya que así se accede a un lugar mejor.
La reacción de cada espectador a tal idea dependerá de cuáles sean sus creencias personales. Desde la simple perspectiva cinematográfica, La travesía del viajero del alba es una cinta correcta y cumplidora en su género, lastrada por un remate que alude a las reglas de un dogma antes que a las libertades de la ficción.
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